Orgullo y prejuicio por ser funcionario
09ago2011
Desde antiguo buscar un chivo expiatorio ha proporcionado un inexplicable alivio de las
tensiones de todo grupo social alarmado y desorientado. La crisis económica ha
provocado en algunos empresarios el cómodo e infantil discurso contra los funcionarios y
enarbolando un dedo acusador hacia el colectivo, siendo el caso mas sonado el del
presidente de la patronal CEOE, que ha venido seguido por la infantil diatriba del
Presidente de la Federación Asturiana de la Construcción al considerar no productivos a
los funcionarios y censurable que puedan verse “funcionarios con la bolsas de la compra,
o salir a desayunar”. A este paso, el empresariado parece emular al Hare Krishna tanto
por su machacona insistencia en la insania de los funcionarios como por el hastío que
provocan tan simplonas afirmaciones. Aunque desde este blog ya se comentó la opinión
del Sr. Rosell, el letrado de la Junta General del Principado de Asturias, Ignacio Arias,
ha dado cabal y demoledora respuesta a este último desatino del representante de la
patronal asturiana, Sr. Abilio, en un artículo publicado en La Nueva España que por su
interés reproducimos.
1. El artículo se titula significativamente: Leña al funcionario, que es de goma, y se
expresa así.
Mi querido y admirado Serafín Abilio, en su calidad de presidente de la patronal
asturiana de la construcción (CAC-Asprocom), en declaraciones que reproduce La
Nueva España del pasado día 4 de agosto, se suma a lo que últimamente se ha
convertido en el deporte nacional de dar leña a los funcionarios, emulando a ilustres
predecesores como el dueño de Mango o el presidente de la CEOE. En este concreto
caso, don Serafín amplía su crítica a los mineros.
Poco puedo decir en relación a estos últimos, cuyas particularidades profesionales no
domino, pero parece claro que no se ha elegido el momento más oportuno por razones de
todos conocidas. En cualquier caso, el mundo de la minería me ha inspirado siempre
mucho respeto, cariño y emoción, entre otras cosas por ser una profesión que representa
valores enraizados con la historia de Asturias.
Sí estoy en condiciones de hacer algunas reflexiones sobre lo dicho por don Serafín
sobre los funcionarios. Aboga por implantar un sistema que vincule el salario a la
productividad, pues piensa que los funcionarios trabajan poco, ya que los ve con bolsas
de la compra y tomando café durante la jornada laboral, conductas que contrastan con
las de los funcionarios alemanes cuyas costumbres afirma conocer.
El hecho de que don Serafín vea a funcionarios (no dice cuántos ni dónde) portar bolsas
de la compra o tomar café en horario laboral no supone ningún desdoro para la función
pública. Todo lo contrario. Evidencia que determinados funcionarios, por sus concretas
circunstancias personales, se ven obligados a sacrificar su media hora de pausa para
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hacer la compra, y los que optan por tomar café están haciendo uso de un derecho. Pero
en ambos casos, dentro de la media hora de pausa, pues no olvide don Serafín que todos
los funcionarios deben fichar cualquier salida del centro de trabajo y el reloj no entiende
más que el frío lenguaje de las matemáticas.
En cualquier caso, el efecto es el mismo que percibimos cuando pasamos por una obra a
las diez de la mañana de un día laborable y vemos a todos los obreros, desde el peón al
encargado, comiendo el bocadillo o en la cafetería más próxima tomando el pincho. Y a
nadie se le ocurre decir: «¡Qué vagos son los obreros de la construcción y qué poco
producen!». Todo lo contrario, si algo se nos ocurre pensar es ¡qué bien que vivimos en
un país civilizado en el que los trabajadores tienen derechos, entre ellos, el de hacer una
pausa en su jornada laboral!
Al hecho de que no se trabaje de sol a sol sin descanso, como en la Edad Media, no se
puede anudar la consecuencia de que no se produce.
Si los únicos reproches que se pueden hacer a los funcionarios públicos es que utilizan
su pausa laboral para hacer la compra o tomar café, ¡bendita función pública!
En cuanto al socorrido argumento de la productividad de los funcionarios, debe quedar
claro de una vez por todas que los funcionarios ni colocamos ladrillos, ni fabricamos
tornillos. Invito a don Serafín a que proporcione criterios claros y concretos para
baremar la productividad de los funcionarios. ¿Cómo mediría don Serafín la
productividad de un ordenanza, de la encargada del registro, de un letrado del servicio
jurídico o de un médico, cuyos trabajos dependen en unos casos de terceros y en otros de
la complejidad de la actuación? ¿Se mediría igual un juicio de faltas que un recurso de
casación o una intervención de menisco que una prótesis de cadera? Por tanto, crítica,
sí, pero que sea consistente.
Por otro lado, ¿quién valoraría la productividad en caso de poder ser aplicada? ¿El
responsable político o el alto cargo de designación libre?
Los excesos en la aplicación de las pautas de organización propias de la empresa
privada pueden reducir las garantías del sistema de mérito y la imparcialidad del
funcionario.
Admitiríamos que don Serafín hubiera apelado al manido argumento de que hay muchos
funcionarios y poco motivados. Pero incluso en esos escenarios hubiera merecido la
pena salir en defensa de los funcionarios, que son las víctimas y no los verdugos de los
problemas que aquejan a la Administración.
La clase dirigente ha venido haciendo política con la función pública, y en algunas CC
AA (por ejemplo, Extremadura y Andalucía) el número de efectivos públicos es ofensivo
para el sentido común, pero de ello no tienen la culpa los funcionarios.
En cuanto a la motivación, seguro que don Serafín elige como encargado de obra a
quien cuenta con un currículum colmado de experiencia ascendente (peón, peón
especialista, especialista, especialista de primera, oficial de segunda, oficial de primera,
etcétera). En la Administración no impera esa regla. Se puede elegir y, de hecho, se elige
para ocupar la cúspide de la pirámide de mando a un recién ingresado. Por tanto, la
falta de motivación no es asintomática.
Dice don Serafín que los funcionarios alemanes no hacen la compra ni toman café
durante su jornada laboral. No será porque no tengan pausa, porque la tienen, y en
algunos Länder, en una franja horaria superior a la española. No obstante, si no ha visto
funcionarios alemanes con la bolsa de la compra quizá se deba a que sus salarios,
notablemente superiores a los de sus homónimos españoles, les permiten encomendar
estos menesteres domésticos a terceras personas. En cuanto a que no toman café, eso es
seguro, porque allí prefieren la cerveza.
Querido Serafín, los funcionarios no somos de goma como el mono que ha hecho célebre
la expresión que titula este artículo, y la crítica que nos pone injustificadamente a los
pies de los caballos duele.
2. Es cierto que es difícil acabar con los prejuicios hacia los funcionarios y también es
cierto que existe una triple explicación objetiva de tales prejuicios.
En primer lugar, es imposible por razones puramente estadísticas que dentro de los casi
tres millones de empleados públicos de las Administraciones españolas, lo que ofrece un
Zoo burocrático inmenso, no existan ovejas negras, cigarras haraganas o alacranes
venenosos. Faltaría más: ni el Vaticano está libre de pecadores.
En segundo lugar, el ciudadano normalmente se ve obligado a acudir al servicio público (
sin libertad de elección) y además bajo la idea de que es quien lo paga con sus
impuestos, lo que eleva su nivel de exigencia y puntillosidad. Lógico, y para
comprenderlo basta que el funcionario recuerde su pensamiento cuando actúa como
ciudadano ante otra Administración distinta de la que presta servicios.
Y finalmente hay que tener en cuenta que la humana condición del ciudadano le lleva a
pensar que cuando colisiona nuestro interés particular (en la solicitud, denuncia o gestión
pública) con el general ( la decisión contraria de la Administración) es ésta la que se
equivoca y no a la inversa, y además dada la abstracción del ente Administración es mas
humano focalizar la culpa en el débil eslabón del funcionario de la ventanilla o el
mensajero público de la decisión.
3. Por eso, dado que la situación económica se agrava, Sevach se atreve a pronosticar que
se ampliará más todavía la “brecha” socioeconómica entre los trabajadores del sector
privado ( sin estabilidad) y los del sector público ( estabilidad), colocando a éstos en una
situación que se percibe socialmente como privilegiada y que alimentará brotes de
envidia y lo que podría bautizarse de “burofobia” ( el origen de la palabra “burocracia”
viene del francés “bureaucratie”, derivada de “bureau”, oficina) animosidad que podrá
constituir un caldo de cultivo para la adopción de medidas traumáticas sobre el colectivo.
Un estado de opinión crítico será la mejor coartada para las depuraciones burocráticas.
Algo así como entregar cristianos a los leones o como las expulsiones de los moriscos
decretada por Felipe III a principios del siglo XVII para ocultar otros problemas y dar
carnaza al pueblo. El problema es que me temo que eso no es lo mejor para el servicio
público ni para la sociedad española.
4. Me pregunto si al igual que el día del “Orgullo Gay” algún día los funcionarios tendrán
que salir a las calles para proclamar su orgullo por su condición de servidores públicos
(Día del Orgullo Burocrático), que en la inmensa mayoría de los casos no les ha sido
regalada sino cosechada con esfuerzo.
José Ramón Chaves (Sevach)