Una familia de sindicalistas veteranos denuncia el fallecimiento de su hijo, Mario Gilaberte, en un accidente de trabajo - 12 obreros han muerto en lo que va de año
JERÓNIMO ANDREU - Madrid - 22/02/2010
Adolfo Gilaberte, ex diputado de IU en la Asamblea de Madrid, y su esposa discutían a veces con Mario.
"Muere un soldado y nos indignamos. Se matan los hijos y no sorprende a nadie"
Con una célula fotoeléctrica se habría evitado la muerte, dice el padre
-Los de ahora no lo podéis permitir. Hace 30 años yo trabajaba en Construcciones Aeronáuticas con un salario normalito, y ganaba mejor que vosotros.
-Papa, las cosas son distintas. Dices que no y tienen a 30 en la puerta para coger tu empleo.
-Pero, aun así...
-Ya no es como antes, papa.
Y para no discutir, dejaron de hablar sobre el asunto. Mario, de 30 años, estaba orgulloso de su empleo en Inapa, una empresa papelera. Por eso no le mencionó más a su padre, de 58, veterano sindicalista de Comisiones Obreras, que por un salario aproximado de 1.000 euros y con la categoría de mozo de almacén se ocupaba del mantenimiento de los robots. Elevadores que subían 32 metros por rieles a velocidad de vértigo y que el 16 de febrero le mataron en un almacén de la Ciudad del Automóvil de Leganés. Mario no sabía que, a partir de cierto punto, la cabina sobre la que estaba situado no se podía frenar. El compañero que le ayudaba (y que llevaba sólo unos días en la empresa, también como mozo de almacén), tampoco. El elevador siguió hacia arriba y Mario se golpeó en la cabeza, "y el cráneo es de cristal", dice su padre, que también fue antiguo concejal de IU en Getafe.
"No conocía bien cómo funcionaban", se lamenta Adolfo, hundido pero con ganas de reivindicar que el viaje de Mario a las alturas no tenía por qué haber sido así. Su hijo no tenía la formación necesaria. Había trabajado siete años en la empresa, los últimos cinco meses con una tarjeta de técnico de mantenimiento al pecho que le llenaba de satisfacción. Era "la golosina" que le revuelve las tripas a Adolfo: una prima por objetivos recompensaba a Mario si no recurría a empresas externas para que se ocuparan de los arreglos. Con los consejos de algunos amigos y algunas dosis de improvisación conseguía solucionarlo todo él: cambiar las bombillas, los cuadros... "Mi chico era miel", le recuerda su padre. "Todo el mundo dice de su hijo que era bueno, pero éste tenía el corazón demasiado grande. Se creía hasta la palmadita".
La palmadita. Adolfo Gilaberte, una vida dedicada a los derechos del trabajador. Su hermano Julián, presidente de la Ejecutiva del Metal de Comisiones Obreras en Madrid. Conocen bien los obsequios más untuosos: "Su jefe venía y le daba una palmadita:
-Muy bien, Mario. Haciendo empresa. El mes que viene, ya veremos lo tuyo".
Los Gilaberte, apoyados por los sindicatos, denuncian que los capataces aceptan que trabajadores sin formación asuman tareas arriesgadas para ahorrarse los cursos y la mano de obra especializada. Protestan ante un modelo de inspección laboral que permite que, en lo que va de año, 12 obreros hayan muerto en Madrid. En 2009 fueron 95 las víctimas en la Comunidad. En 2010 se esperaba que la cantidad disminuyera porque hay menos contratos, pero el ritmo de fallecimientos es similar al del año anterior.
Respecto a 2002 (178 víctimas) la mejoría parece notable, pero lo que se ha recortado más han sido los accidentes in itínere (de tráfico, en el recorrido hacia o de vuelta del trabajo): han pasado de 66 en 2002 a 20 en 2009.
"Son las minas de aquí. Muere un soldado español en Afganistán y, con toda la razón, nos indignamos porque el carro no llevaba los sistemas de seguridad adecuados. Pero aquí se matan nuestros hijos y ya no sorprende a nadie". Adolfo cree que, con una célula fotoeléctrica sobre la cabina en la que Mario viajaba hacia la muerte, todo se habría evitado. O con un buen cursillo de formación.
Ahora quedan una viuda, un niño huérfano que esta semana cumple tres años y una familia comprometida a que no continúen produciéndose accidentes inútiles. Adolfo recuerda el día en que Mario le llevó orgulloso a enseñarle el sistema de robots del que se iba a ocupar. Una aventura que desde el principio no le gustó nada, pero que tuvo que asumir porque los tiempos obligaban. Y Mario estaba tan feliz.
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